Si bien es sabido que la familia escapó de la revolución francesa por aquellas fechas, no es menos sabido que la rama jacobina de la misma se quedó y colaboró. Colaboró con todos, desde Marat a Napoleón tercero, que ya es colaborar, y con la cosa de que Eugenia de Montijo era española y para más señas de Granada, les faltó tiempo para congraciarse con la rama española huída.
Nosotros, que no somos rencorosos y sabemos perdonar -aunque no olvidamos- nos avenimos a recibir a la cónsula de Francia -su marido era cónsul- y amiga de Eugenia. Fue un recibimiento frío y con un besamanos poco estirado, pero mi familia supo mantener el tipo. Durante el tiempo que estuvieron en Granada pudimos relacionarnos con ellos -bueno, en realidad quien se relacionaba con ella no era yo, se comprende, pero es que hablo en nombre de mi familia- y recibirlos en la casa que teníamos puesta en la capital. No faltaron momentos tensos en esos encuentros, sobre todo a la hora de la comida. Las dos familias aprovechaban para poner platos que ofendieran. Así los franceses nos obsequiaban con hermosas tortillas españolas que en realidad eran como suflés, las pinchabas y hacían piiiuuuuuff y se desinflaban. no llevaban mas que unas láminas de patata por fuera para disimular pero estaban hechas con claras montadas, yemas y nata solamente. Los españoles respondíamos con bravura: un gallo asado entero puesto en una bandeja sobre sus patas -en realidad sentado en una cebolla enorme asada- con la cabeza cortada y puesta en una cestita junto a la salsera. Aquello los ponía de mala leche, pero qué se le iba a hacer, eran unos traidores a la familia como estaba claro.
La situación llegó al punto de colocarnos a todos al borde del conflicto diplomático, hubo de intervenir la misma Eugenia de Montijo y la solución vino de la ma no de la Iglesia.
El arzobispo de la diócesis, cardenal Osorio a la sazón, que fue el último granadino en enterarse del conflicto. El pequeño arzobispo, fornido como un descargador y con unas manos como palas de horno, una vez puesto en antecedentes de la guerra francoespañola en su archidiócesis, giró una rápida visita a ambas casas y, con toda la humildad que su dignidad le permitía, anunció que se iba a liar a tortas con unos y otros y que los iba a excomulgar, que luego vinieran los embabajdores a verle que les iba a explicar que a un príncipe de la Iglesia se le hace caso o el príncipe de la Iglesia se lía a tortas no sin antes bendecir a los torteados y que su Santidad en Roma, aunque desaprobaba los medios si aprobaba los fines. De modo que se acabó, aquí paz y después gloria. Y así fue, tras la convincente visita de su Eminencia las dos familias dejaron de hacer tortillas y gallos asados y se fueron a comer fuera.
Esta sopa se la enseñó la cónsula a los de la rama heróica -los españoles naturalmente- de la familia.
INGREDIENTES
Champiñones
Cebolla
Medio ajo
Vino blanco
Aceite
Cuscurros de pan fritos
Sal
Pimienta blanca molida.
PREPARACIÓN
Se lavan los champiñones, se les quita el culo y se separan los tallos dejando las cabezas enteras. Se separan estas, se secan con un paño y se reservan.
Cortamos finamente una cebolla blanca y la ponemos en una sartén con los tallos de los champiñones y tres o cuatro cabezas solamente, el medio ajo y un chorreoncito de aceite. Fuego moderado, tapamos y removemos de vez en cuendo. Cuando todo está blando añadimos e4l vino y la pimienta, algo de sal y maremos un par de minutos.
Mientras que se hace lo anterior cortamos en cuadraditos pequeños tres cabezas de champiñones y un par de rebanadas de pan, enharinamos y freimos los champiñones a fuego fuerte y los cuadraditos de pan. sacamos y reservamos por separado en caliente.
Con lo que teníamos en la sartén, una vez que ha reducido el vino un poco, no del todo, molemos muy bien, lo volvemos a poner el la misma sartén y añadimos agua. Dejamos que hierva un poco, salamos y a la hora de servir la acompañamos con los cuadraditos de champiñones y de pan.
Hay que procurar que la sopa quede como crema, no demasiado aguada.
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